Sin una buena teoría no hay ni practica ni estrategia adecuada

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(Del libro La Sociedad Desvinculada. Editorial Stella Maris )

La idea de tratar sobre la razón objetiva como raíz de todos los problemas puede parecer un ejercicio muy teórico, fuera  de lugar de nuestro interés habitual, pero si queremos cambiar las cosas esta apreciación es un error, porque todo el que hacer empieza por ahí Por reconstruir un nuevo marco de referencia basado  en ella

De la razón objetiva surge toda nuestra comprensión y, de hecho, todavía vivimos a sus expensas. Era la forma de entender la vida y el mundo. Consideraba la conciencia individual como formando parte de una gran red, un sistema de relaciones entre los seres humanos, sus grupos e instituciones sociales, que se extendía a la naturaleza articulando un orden cósmico donde el hombre tenía un lugar que daba sentido a su vida, realizable mediante una práctica que definimos como virtud. Esta razón era objetiva porque situaba su reflexión más allá de la preferencia individual, ejercía una reflexión metafísica.

La concepción de totalidad desarrollaba una jerarquía de todo lo existente, y en ella el hombre conocía cual era el fin de su existencia y, por consiguiente, el sentido de la misma. La acción humana tomaba en consideración aquella totalidad, y no solo sus propios fines. En este marco de referencia el sujeto necesariamente solo podía ser relacional, trascendente, vinculado a los demás, a su comunidad. La polis griega y el pueblo de Dios, judío y cristiano, la huma de los fieles, expresan esta densidad de relaciones horizontales y verticales, tan grande, que hoy necesitamos de un esfuerzo extraordinario para imaginarlo. Este orden objetivo podía ser tiránico o benevolente, amoroso o cruel, pero aportaba un sentido.

Según Horkheimer, grandes sistemas filosóficos, tales como los de Platón, Aristóteles, la escolástica y el idealismo alemán, se basaron sobre una teoría objetiva de la razón, porque se sustentaba sobre la base de una concepción de la totalidad, aspirando a desarrollar un sistema que abarcase en una jerarquía todo lo existente, incluido el hombre y sus fines.

La armonía de la vida del hombre con esta totalidad definía el grado de racionalidad. Las acciones y pensamientos individuales en este contexto tomaban como referencia la estructura objetiva de la totalidad.

Los esquemas de pensamiento con sustento en la razón objetiva concebían el conocimiento como la capacidad de elucidar los principios universales del ser y, a partir de estos, construir los parámetros necesarios para la existencia humana. Es decir, la ciencia era entendida como una serie de procesos reflexivos y especulativos, más que como un método clasificatorio de objetos y datos, tal cual se presenta bajo la razón subjetiva.

En esta concepción, lo que definía la vida racional era el grado de armonía con la que se conseguía vivir en relación con la totalidad. Y esa es una cuestión clave la de la armonía, consigo mismo y con los demás, algo imposible en la sociedad actual construida sobre la razón instrumental. Los sistemas filosóficos de la razón objetiva tenían como punto de partida la posibilidad de descubrir una estructura fundamental y universal, y deducir de ella una concepción del designio humano. Ahora esto ya no es posible y las consecuencias son la desorientación del ser humano.

La concepción del conocimiento arrancaba de la filosofía, de la metafísica y de la teología, trataba de elucidar los principios universales, y es a partir de ellos que construía los parámetros necesarios para la vida humana.

La razón objetiva constituía una instancia más vasta que excedía el estrecho horizonte a partir del cual se entiende la razón contemporánea. Contenía en su seno tanto las consideraciones hacia el existir humano, como el mundo de todas las cosas y los seres vivos, y las relaciones entre ellos. «Tal concepto de la razón no excluía jamás a la razón subjetiva, sino que la consideraba una expresión limitada y parcial de una racionalidad abarcadora, vasta, de la cual se deducían criterios aplicables a todas las cosas y a todos los seres vivientes. El énfasis recaía más en los fines que en los medios. La ambición más alta de este modo de pensar consistía en concebir el orden objetivo de lo racional, tal como lo entendía la filosofía, con la existencia humana, incluyendo el intelecto y la autoconservación ».

Este modelo de razón se amparaba bajo la aspiración de concebir un recorrido de valores realizables mediante las virtudes en la vastedad de la existencia, en lugar de un mezquino cálculo de ganancias inmediatas y temporales. Es decir, en lugar de pensar los medios adecuados para fines establecidos, se pensaba sobre los fines mismos.

Con la ilustración, surge otro tipo de razón, la instrumental, cuyos precedentes son los pensadores ingleses previos a la Revolución Francesa como Hobbes, y John Locke. La Ilustración no es en contra de lo que afirma el tópico superficial la entrada de la razón en la historia humana, sino la substitución de un tipo de razón, la objetiva, por otra, la instrumental, caracterizada por negar la existencia de cualquier metafísica. No existe nada más allá de la materia y de lo experimentalmente verificable. Para el pragmatismo contemporáneo, lo racional es lo útil, entonces, una vez decidido lo que se quiere, la razón se encargará de encontrar y definir los medios para conseguirlo. Lo que sirve para algo es racionalmente correcto, y por lo tanto verdadero. En esta razón subjetiva que articula medios los medios a los fines, el acento está puesto en discernir y calcular los medios adecuados, quedando los objetivos a alcanzar como una cuestión de secundaria, ceñida a la subjetividad. Solo se trata de que le sirvan a cada sujeto. Por eso bienes instrumentales como el dinero, se convierten en grandes fines, mientras los verdaderos, como vivir buscando la verdad, pierden todo interés y reconocimiento

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